En las facultades de Comunicación de
las universidades españolas ya se hablaba hace tres lustros del fin del
periodismo en papel, coincidiendo con la popularización de Internet. Entonces, en pleno inicio de la era digital,
cuando aún no se atisbaba el potencial de esta nueva herramienta, ya incluso
los más atrevidos pronosticaban el fin de los libros en el formato tradicional.
Desde entonces, gurús y expertos han
repetido como un mantra aquello del final de los periódicos en papel, pero ya
hay quien se atreve a ponerle fecha, y parece ser que no queda tanto. Juan Varela asegura que muy pocos
diarios seguirán en los quioscos en 2020
y hay quienes llegan a ser más concretos, aventurándose a predecir el
cataclismo del papel en cada país (una predicción
basada en el estudio de diversos factores).
El negocio se centrará en Internet,
mucho más atractivo y con muchas más posibilidades para los anunciantes. No
obstante, aún se trata de un modelo por definir y con muchos flecos sueltos
para que las empresas les saquen el máximo rendimiento, sobre todo en países
como España donde las suscripciones de pago no han adquirido el volumen que los
editores preveían.
Pero más allá del negocio, la pregunta
que también cabe hacerse es cómo afectará a la profesión, al análisis reposado
de las informaciones, a la libertad de expresión, a la honestidad, a la
exhaustividad e incluso a la democracia. Son factores que, sin lugar a dudas,
merecen una reflexión.
Pero no hay que caer en el pesimismo.
Luis Palacio, director del Informe Anual de la Profesión Periodística 2012 de la Asociación
de la Prensa
de Madrid considera que los periodistas serán tan necesarios como siempre en la
era hegemónica de Internet, puesto que la
abundancia de datos no implica una vigilancia democrática y serán necesarios
intérpretes”, y los periodistas son los profesionales mejor preparados para las
labores de selección, análisis, contextualización e interpretación de la
información.
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