En
1948, se aprobaba la Declaración Universal de los Derechos Humanos de la ONU,
al frente de la comisión encargada de su redacción estaba una mujer, Eleanor,
mujer del Presidente Roosevelt. Tenía su propia programa de radio, impartía
conferencias por todo el país y defendía causas sociales como el fin de la
segregación social.
Durante
los años 80, Nancy Reagan impulsó una campaña contra las drogas que supo ser
popular: “Sólo dí que no” (Just say no). Cuentan que ejerció una gran
influencia sobre su marido, tanta que algunos se atrevieron a llamarla “señora
Presidenta”. Años más tarde, la primera dama estadounidense Hillary Clinton
trabajó con esfuerzo y tesón en desarrollar reformas al sistema de salud.
Posteriormente, en el año 2000, se convirtió en senadora por Nueva York y, a
día de hoy, es la única esposa de un presidente en haber sido elegida como
representante en el Congreso.
En el
2008, Barack Obama consiguió una abrumadora victoria en las elecciones
generales de Estados Unidos. Tan abrumadora como Michelle, su esposa, que
durante la campaña electoral supo contar al electorado norteamericano quién era
y quién es Barack Obama. Se convirtió, sin querer o queriendo, en su mejor
embajadora.
Actualmente,
rebasa en popularidad a su marido e incluso es señalada por expertos en
comunicación como pieza clave en la reelección de Obama el próximo 6 de
noviembre.
Su poder
de influencia es innegable como también lo ha sido el del resto de primeras
damas y mujeres de candidatos a presidentes. En esto sí se ponen todos de
acuerdo.
Sin
embargo, ella, Michelle, no tendría cabida en España, donde las mujeres de los
Presidentes no forman parte ni de la vida política de sus maridos ni de la
pública. ¿Ha llegado el momento del cambio?
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